Allá donde muere la avenida más emblemática de Barcelona, la Diagonal bautiza uno de los barrios más recientes de la Barcelona post-olímpica. Confieso que de vez en cuando acostumbro a darme una vuelta por su parque homónimo, el tercero en extensión de la ciudad, aunque a buena parte de la ciudadanía barcelonesa ni le suena. Fue inaugurado en 2002 por el alcalde Joan Clos como uno de los enclaves de la ciudad llamado a ser emblema del nuevo urbanismo del siglo XXI. Diseñado por Benedetta Tagliabue y Enric Miralles, su organización espacial distribuye un enorme espacio verde, fraccionado entre las calles del barrio, con un enorme lago con patos, gansos y circundado por aves acuáticas, rincones interactivos, masetas y toboganes gigantes, estructuras metálicas que se entrelazan con la vegetación, piezas escultóricas… Una maravilla en su sentido etimológico más clásico. Una de esas llamadas a enarbolar la exhuberancia de un periodo político.
En efecto, durante una época que parece no acabar de extinguirse, la ciudad era interpretada por todas las instancias públicas como un espacio donde generar inversiones mercantiles que, de alguna manera, debían revertir en un entorno urbano más favorable a su habitabilidad. Planes, políticas, diseño e intervenciones urbanas debían ponerse al servicio de la generación de rentas. De esta manera, la antigua zona industrial que albergaba una de las mayores factorías del Estado en ferrocarriles y material pesado, hostil a la ciudad marca, se transformó en una de las zonas con los precios de la vivienda más altos.
El parque de Diagonal Mar conforma una red de joyas de la corona alrededor de la que gira la lógica del barrio, conformada también por el Parque del Centro del Poblenou, diseñado por Jean Nouvel, el Centro Comercial, el Fòrum, esa plaza que es la segunda más grande del mundo y que hace catorce años albergó aquel evento del que nadie se acuerda, el paseo del Taulat, con los hoteles más altos de la ciudad, y los edificios residenciales de diseño que rodean el parque. Un barrio de postal internacional que aún parece un entramado de trozos discontinuos de la ciudad y que enarbola uno de los principales enclaves para entender las consecuencias de la Barcelona postindustrial, avocada a los caprichos de los mercados inmobiliarios, sobre todo los que tienen una mayor escala.
Recientemente, un grupo de investigación de la Universidad Autónoma de Barcelona, en un intento curioso por cuantificar la vitalidad urbana, señala a Diagonal Mar como uno de los barrios con menos vitalidad, prácticamente nula. En efecto, pasear por su parque central es un ejercicio de reflexividad personal, básicamente porque es raro encontrarte a alguien. Quizás algún grupito de jóvenes difuminado entre la maleza, algún runner o personas paseando sus mascotas. Es sumamente evocativo que una de las zonas de la ciudad con mayor inversión público y privada se haya convertido en un territorio inhóspito a la vida vecinal. Sobre todo porque hablamos de edificios residenciales de más de 15 plantas y los espacios abiertos más amplios de la ciudad.
En un reportaje llevado a cabo en los comienzos de la crisis, antes de que comenzaran los peores de sus efectos que hoy en día presenciamos, el dueño de un restaurante del barrio comentaba: “Los fines de semana vienen a pasear al Centro Comercial, pero ya está, no es que paseen mucho.” Muchas de las viviendas fueron adquiridas por inversores que hoy dedican al alquiler turístico o excesivo, buena parte de los edificios son oficinas y hoteles, el comercio prácticamente no existe en sus calles, el Fòrum continúa siendo un rompecabezas municipal en cuanto a su uso y la mayor parte de su espacio urbano está prácticamente desierto de transeúntes.
Los 240 millones de euros públicos invertidos en el Fòrum de las Culturas o los 300 millones invertidos por el inversor privado irlandés Quinlan en el Centro Comercial forman parte de la misma lógica de despilfarro al servicio del urbanismo especulativo. Es esa idea delirante que recientemente desarrollaba el famoso arquitecto alemán Patrik Schumacher: “el mercado sin control es el mejor mecanismo de distribución espacial porque el valor mercantil es el que mejor asigna recursos”. Comparando la vivienda con los plátanos o las bicicletas, su tesis es que solo su desregulación mercantil y la desaparición de la vivienda pública puede resolver el problema de escasez. Ya a finales de los noventa el acceso a la vivienda se había convertido en un problema. Diagonal Mar fue diseñado bajo la lógica que plantea Schumacher y el resultado es un barrio sin gente, sin vitalidad, sin identidad, una Barcelona rara, a la que no debemos aspirar.